Su vida ha sido intensa porque nació y creció en la pobreza, casi en la miseria se podría decir. Tiene 14 años y quedó huérfano hace seis meses. Vive en Nueva Suyapa, una de las comunidades más violentas de Tegucigalpa, pero a pesar de ser un niño solo piensa en trabajar, estudiar y ayudar a sus dos hermanos menores.
Lo encontramos atizando el fuego en su rústica cocina construida de pedazos de madera y láminas de zinc, vistiendo camiseta blanca de mangas color gris, calzoneta amarilla y chancletas azules. Son las 2:45 de la tarde y el adolescente de tez blanca se alista para emprender la faena, el fogón cimentado en piedra y lodo comienza a calentar el comal de hierro donde se coserán las tortillas, a un costado de la burda estufa, el banco de trabajo sostiene una pelota de masa que espera ser procesada.
A su corta edad el muchacho ya aprendió el oficio de barbería, pero su situación económica no le permite contar con los enseres necesarios para montar su peluquería. “Puedo hacer varios de cortes de pelo, pero para poner mi barbería me hace falta la silla, el espejo, la maquinita, el rociador, una secadora, tijeras, peines y un poco de práctica,” expresó el jovencito, mientras limpia el comal para tirar a cocer la primera tortilla.
Él es muy dinámico y piensa que a través del estudio podrá salir de la pobreza y ayudar a sus parientes. No tiene los recursos suficientes para asistir a diario a un colegio, pero se ha matriculado en un centro de educación a distancia donde con éxito cursa su primer año de secundaria.
Cristian asiste a clases todos los sábados de 1:00 a 4:30 de la tarde, mientras que sus hermanos, Kevin y Emilson, quienes cursan el cuarto y primer grado respectivamente, lo hacen de lunes a viernes.
“Cuando murió mi madre todo cambió, mi vida ha sido dolorosa, pero ya he aceptado la resignación, trabajo haciendo tortillas porque en el futuro me veo como un hombre de bien, yo no pienso en vicios ni en novias, quiero seguir estudiando y que mis hermanos lo hagan también”, dijo el muchacho en conversación con Revistazo.
El oficio de las tortillas lo heredó de su madre, Lourdes Yamileth Chávez Amador, a quién ayudaba a voltear tortillas desde los siete años de edad. “Cuando mi mamá cayó enferma me puse a ayudarle, ella me hacía las pelotas y yo aplastaba. Mi mamá desde pequeña vendía tortillas, mis tías también”, relata el joven, con resentimiento por el abandono de que es víctima de parte de su padre.
Describe a su mamá como una mujer ejemplar, dinámica, alegre, humilde y cariñosa, pero que lastimosamente se fue de este mundo sin haber cumplido sus anhelos. “Quería lo mejor para nosotros, quería comprar materiales y hacer la casa, pero se enfermó y falleció el 17 de junio, pensaba que se iba a aliviar y para comprar las medicinas se había enjaranado, esa deuda la estoy pagando yo con lo que me queda de las tortillas”, dijo, el jovencito, mientras limpia con el revés de su mano derecha, una lágrima que lentamente recorre su mejilla izquierda.
“Cuando alguien me pregunta y hablo de ella me pongo sentimental”, continúo diciendo con la vos entrecortada.
Él, dice sentirse bien, pero al observar donde vive, se nota que sus condiciones no son las más idóneas para una vida digna. En una humilde y estrecha vivienda, reflejo de pobreza en Honduras, vive junto a 9 parientes más, entre hermanos, primos, tíos y tías. Pensando construir una casa para vivir con sus hermanos, con mucho sacrificio Cristian había logrado ahorrar 1,800 lempiras, pero hace algunos meses un hombre que llegó ofreciendo ayuda a nombre de una organización de beneficencia, denominada Manos Solidarias, lo estafó junto a 34 personas más.
Para ganarse 200 lempiras, Cristian debe hacer y vender todos los días un total de 900 tortillas. Su ingreso bruto de producción es de 360, pero a esa cantidad se le debe restar la inversión en maíz, leña y pago en el molino por hacer la masa.
Con gusto adoptaría a Christian y a sus hermanitos, yo no pude tener hijos, pero tengo tanto amor para compartir!