La historia la cuenta su dueño, la curiosa forma en la que el destino los unió:

“Todos los dueños dicen que los suyos son los mejores. Mi perra no es solamente la mejor, ¡es también la más aventurera de todo el mundo canino!

Fue al llegar a Samaipata cuando me topé con ella. En realidad ni siquiera la elegí yo, ni ella a mí. Fue una simpática uruguaya, con la que coincidí en el tiempo y en el espacio y que de casualidad se encontró una camada de cachorretes en la falda de una montaña. María Jesús se llamaba esta chica. “Un varón se complementa mejor con una perra”, me dijo. Y acto seguido me puso los escasos dos o tres kilos de perro en los brazos. Podría haberme entregado cualquiera de sus hermanos y la historia desde ese momento se hubiese escrito diferente. Pero no, escogió a la perrita negra con dos puntos marrones como cejas y cuyo futuro nombre sería Cocaí. Estos cachorros de un mes de vida se encontraban en pésimas condiciones. Las pulgas eran el mal menor.

Esa noche era Inti Raimy, el año nuevo inca, el solsticio de invierno en el hemisferio sur. Cocaí se quedó en la tienda, junto con su hermano Munaí (amor en Quechua), rescatado por la propia María Jesús. Mientras tanto, conmemoramos todos juntos: viajeros, locales, la Pacha Mama, durante toda la noche. El rumor de que Evo Morales iba a venir terminó siendo cierto. Él tampoco quiso perderse la fiesta de sus antepasados. Una fiesta que duró hasta que salió el sol, el protagonista, el aclamado. Con el sol en el horizonte la fiesta ponía fin sin más, sin que nada nuevo pareciese avecinarse. Yo aún sin ser consciente de que un pequeño y vulnerable ser me estaba esperando en la tienda. Sin ser consciente de que tenía una nueva amiga, una compañera fiel que me iba a acompañar durante el resto del viaje, durante el resto de mi vida. El sol había salido para mí hacía ya unas horas. Había comenzado una nueva etapa: la más bonita de mi vida.

El nombre no se lo puse hasta pasados tres días. Cocaí es en realidad un nombre compuesto, como buena boliviana que es: Coca Açaí. Coca por la hoja de la coca, la planta mágica y poderosa de la cultura andina; Açaí por el fruto de una palmera de la selva amazónica, repleta de propiedades y con un sabor único (me aficioné en mi etapa de estudios en Brasil, al borde de la adicción). La combinación de dos plantas potentes de la cultura sudamericana. Eso sí, de vegetales poco más que el nombre se ha quedado. “Donde haya un buen pedazo de carne que se quite el verde”, me dicen sus ojos carnívoros.

Mi idea era desparasitar y vacunar a la cachorra para luego dársela a alguna familia boliviana que la quisiese. ¿Cómo iba a llevarme a una perra de viaje? Ni hablar, solo me entorpecería y haría las cosas más difíciles (alojamiento y transporte, principalmente). Por supuesto, no se me pasaba por la cabeza llevarla de vuelta a España, pues en mi casa jamás había entrado un animal. Pero si algo te enseña viajar es que las cosas suelen terminar de un modo diferente al que piensas. Creo que varios desencadenantes se juntaron para juntarnos. 1) En Brasil había hecho muy buenas migas con el perro de la casa, Duff; 2) Yo estaba falto de cariño, en uno de esos tramos de un viaje en el echas mucho de menos a tu gente; 3) Y el más importante: el estado tan vulnerable en el que se encontraba aquella perrita. Estuvo varios días al borde de la muerte. Me necesitaba. La jodida fue ganándose mi corazón poco a poco.

Mi primera semana de vida fue bastante dura, pero la vida me deparaba muchos tesoros por los que luchar.

Salimos de Samaipata y empezamos a viajar juntos. Y empecé a compartir aquella maravillosa aventura por tierras sudamericanas con esta bola de pelo. Y vi que se podía… Y, sobre todo, me encantó. Cada día que pasaba quería un poco más a mi nueva compañera, y por cada “regálame a tu perrito” o “cuánto cuesta tu perrito” más vinculado a ella me sentía y más difícil se me hacía encontrar a la familia adoptiva perfecta. Hasta que de repente, un día (y sin darme cuenta) ya no había marcha atrás: las huellas de sus patas seguirían las huellas de mis botas allá adonde fuese. La decisión estaba tomada. Ya no era un “voy a viajar un poquito más con ella hasta dar con la familia adecuada”, era directamente un “tú te vienes a Madrid conmigo”. Y así se lo hice saber a mis padres, que ya se lo olían.

Cocaí y yo recorrimos la zona selvática boliviana; entramos a Brasil por Rondônia, donde nos embarcamos (Porto Velho-Manaus-Tabatinga) en un viaje fluvial de más de 10 días; festejamos durante unos días en las fiestas de la triple frontera (Brasil, Perú, Colombia) para volvernos a embarcar hacia Iquitos; conocimos el norte peruano; entramos en Ecuador por el paso de La Balsa y recorrimos gran parte de tan hermoso país. En total fueron con ella unos 4 meses. El recorrido lo podéis ver en los mapas del apartado “Viajes“, y las experiencias por cada pais las podéis encontrar en “Mis experiencias perrunas“.

Complicaciones en el trayecto las hubo, pero pocas y de fácil solución. A veces tocaba pagar una pequeña cantidad o discutir con el chófer para subir al autobús. Pero la mayoría de las veces no tuve problemas para llevarla arriba conmigo (no viajaba con transportín). En cuanto al alojamiento tampoco tuvimos demasiados problemas, si bien es cierto que en la mayoría de las ocasiones hemos dormido en la carpa. En primer lugar, el tamaño del perro ayudó (no más de 10-12 kilos en todo caso), y en segundo lugar, en general en Sudamérica son bastante permisivos con los canes (probablemente Chile y Brasil son los más tocapelotas en este aspecto). Tal vez las ciudades grandes provocan más quebraderos de cabeza, pero siempre va a haber alguien (un hostel, un hotel, alguien de la calle) que te acoja. Los problemas que siempre anticipamos no son más que fronteras o miedos invisibles que luego se suavizan (o incluso se esfuman muchas veces) en la práctica. Así que ya sabes, no dejes que te limite tu perro a la hora de tus ganas de aventura.

Sin embargo, la gran odisea se produjo para regresar a España (el salto al charco). Resulta que no sólo la discriminación en función de la nacionalidad se da en los humanos, también ocurre con los perros. Como siempre, si eres norteameriacano o europeo todo es más fácil. Hay una serie de países que la Unión Europea considera de alto riesgo de rabia (entre ellos todos los países por los que había pasado Cocaí). Para estos países exigen, además de los requisitos estándar (vacuna antirrábica, desparasitación, chip y visto bueno de un veterinario), un control de análisis de anticuerpos antirrábicos para verificar que el animal no tiene la rabia. Este paso, además de ser costoso (unos 500 dólares…), supone mucho tiempo (unos 3 meses…). La muestra de sangre se toma en cualquier veterinario del país en que se encuentra el animal, pero el análisis lo realizan en un laboratorio europeo. ¿Cuáles son las soluciones? Hay dos posibilidades. La primera es hacer ese proceso, esperar a que lleguen los resultados y luego volar. La segunda solución, y que es la que nosotros llevamos a cabo, es desplazarte a un país “no considerado de riesgo de rabia” (en Latinoamérica hasta la fecha valen México, Chile y Argentina) y volar desde allí. Nosotros fuimos a Chile. ¡Vamos, que deshicimos todo el camino! Fue un viaje largo y agotador, con mucha burocracia y discusiones, y poco tiempo fuera de un vehículo. Pero el que algo quiere algo puede. Y nosotros quisimos y pudimos. Y vosotros también podréis si queréis. Así, llegamos a España y a un estilo de vida muy diferente, sin la emoción de viajar pero con los abrazos y los mimos de la familia y los amigos.

Cocaí es una perra feliz en su hogar (Madrid), querida y mimada por todos (en especial por los abuelos, mis padres), además de popular en el parque. Me la imagino con su cara de “tengo mucho mundo en las almohadillas” y ladrándole sus historias a sus amiguetes. Le gusta la rutina de sentirse en casa, con la comodidad que ello conlleva: dormir en cama (o sofá), horarios de comida estables, salir a jugar con sus amigos…”

Puedes ver más de sus historias aquí. Viajeros Perrunos

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