Los ojos de los animales nos expresan el lenguaje del alma. Cuando los miro a los ojos puedo ver tristeza, alegría, amor, no veo a un “animal” veo a un ser vivo como yo.

El poder de una mirada trasciende mucho más allá del sentido de la vista. Por asombroso que parezca, nuestros nervios ópticos están íntimamente vinculados al hipotálamo, esa estructura delicada y primitiva donde se localizan nuestras emociones y nuestra memoria. Quien mira siente, y esto es algo que también experimentan los animales.

Todos hemos experimentado en algún momento una conexión muy intensa “a primera vista” con algún animalito, solamente al mirarlo a los ojos. 

Sin saber cómo, nos cautivan y nos atrapan. Sin embargo, los científicos nos dicen que existe algo más profundo e interesante que todo esto.

Los ojos de los animales, una conexión muy antigua

Desde hace miles de años, los perros y los gatos son animales que conviven con el ser humano. Ellos llevan con nosotros varios miles de años.

¿Desde cuándo somos amigos?

El gato en estado salvaje vivía en el norte de África y el Oriente Próximo. Es conocido como ‘Felis sylvestris lybica’, explicado en rápido, un pariente de nuestro gato montés (ojo, no confundir con el lince). Hace tiempo se atribuía a los antiguos egipcios su domesticación. Una cultura tan especial, que amaba a muchos animales o les tenía por sagrados, entre ellos el gato. Los gatos aparecen en las necrópolis en grandes cantidades, lo adoraban (literalmente); así que todo el mundo daba por supuesto que los egipcios habían domesticado al gato.

¿Y Cómo es que el perro se convirtió en el mejor amigo del hombre?

En 1977, el descubrimiento de un cachorro enterrado hace 12 mil años junto a un ser humano llevó a pensar que los perros fueron domesticados poco antes del comienzo de la agricultura; no obstante, posteriores descubrimientos, 4.000 años más antiguos, establecieron que la amistad con el perro comenzó cuando los humanos eran aún cazadores recolectores. Más allá de eso, algo en lo que casi todos los científicos coinciden es en que los perros fueron quienes promovieron esta relación: comenzaron a domesticarse a sí mismos, por así decirlo, a cambio de una alimentación mejor a la que podían conseguir por sus propios medios. 

Con el correr de los siglos hemos armonizado comportamientos y lenguajes hasta comprendernos, y esto, no es un acto casual. Es más bien el resultado de una evolución genética donde unas especies se han acostumbrado a convivir juntas, para beneficiarse mutuamente. Algo que tampoco nos sorprende es lo que nos reveló un un interesante estudio llevado a cabo por el antropólogo Evan MacLean: los perros y los gatos son muy capaces de leer nuestras propias emociones solo con mirarnos a los ojos.

Nuestras mascotas son sabios maestros de los sentimientos. Pueden identificar patrones gestuales básicos para asociarlos a una emoción determinada, y casi nunca fallan. No obstante, este estudio nos explica, además: las personas solemos establecer un vínculo con nuestros perros y gatos muy similar al que construimos con un niño pequeño.

Los criamos, los atendemos y establecemos un lazo tan fuerte como si fuera un miembro más de la familia, algo que por asombroso que parezca, ha sido propiciado por nuestros mecanismos biológicos después de tantos años de interacción mutua.

Nuestras redes neuronales y nuestra química cerebral reaccionan del mismo modo que si estuviéramos cuidando a un niño o a una persona que necesita atención: liberamos oxitocina, la hormona del cariño y el cuidado. A su vez, también ellos actúan del mismo modo: somos su grupo social, su manada, esos humanos complacientes con los que compartir el sofá y las siete vidas de un gato.

Es necesario reflexionar qué estamos haciendo, como miembros de este mundo, y qué podemos hacer para mejorarlo.

Existen personas que valoran la vida de los animales y hacen grandes esfuerzos para que los demás humanos respeten todas las formas de vida que hay en la Tierra. Con ese propósito se han formado asociaciones que luchan por los derechos que tienen los animales a vivir. Podemos cooperar y participar en las acciones que éstas promueven. Todos los organismos de este planeta tenemos igual derecho a desarrollarnos y a vivir en él.

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